miércoles, 23 de febrero de 2011

¿biólógica o adoptiva?






Cuando comienzas el camino de la maternidad, lo haces mucho, mucho antes de quedarte embarazada o de firmar los papeles que te llevarán a adoptar. Es un camino que comienza cuando el deseo de ser madre se te instala por dentro. No todas las mujeres tienen este deseo, o este impulso y las que lo sentimos no lo vivimos todas de la misma manera.
Hay personas que colocan el deseo de ser madres en un compartimento de su cerebro: una idea sopesada, medida y tomada en cuenta de una forma más intelectual digámoslo así.
Otras mujeres, lo sienten de una manera más física, como dentro de "las tripas". Es casi una necesidad biológica que las empuja destrás del hijo ansiado.
Y otras, entre las que me cuento, lo sentimos como un pellizco en el corazón. Una especie de emoción incontrolable que se te instala delante de los ojos poniédole un filtro a tu vida, haciéndote ver la vida desde detrás de ese deseo.

Como en casi todo en la vida, creo que hay un poco de cada una de estas mujeres en todas nosotras en mayor o menor medida.

Y de estas mismas formas, la forma de llegar a nuestro hijo se abre camino en nuestra mente: racionalmente,visceralmente o emocionalmente.

Es evidente que la mayor parte de las madres optan por la vía biológica para tener a sus hijos. Pero es sólo eso: la mayor parte. Queda fuera un amplio número de personas que escogen ser padres por la vía adoptiva. Y no siempre por los mismos motivos.

A veces, cuando el cuerpo no responde al corazón, el embarazo deseado se convierte en una quimera. Otras veces, la adopción se abre ante los padres como un camino más, otra vía posible y deseable.

Yo también he recorrido el angosto sendero de la fecundación asistida, el primer paso más común cuando el embarazo se resiste a aparecer. Un periplo corto al que llegué sin previa reflexión por estas cosas que tiene la medicina pública, en la que te llevan y te traen por los vericuetos burocráticos de sus tratamientos sin tener en cuenta otra cosa que los documentos en regla o la edad. Cuando me quise dar cuenta, pasé de una prueba diagnóstica, a una mesa en la que me implantaban óvulos como el que pone cromos. "¿Has puesto tres? no, no, quita uno. Voy". Un horror del que escapé tan pronto pude. Y sin más resultado que las hormonas alteradas y un montón de tiempo desperdiciado en una lamentable sala de espera.

Como ya he comentado, la adopción siempre fué para mi y mi pareja, una opción más para formar nuestra familia. Y nos pusimos a ello con la mayor ilusión. Pero ¡cómo es la vida! Concentrada por completo en el mayor proyecto de mi vida y envuelta en una de esas temporadas en las que la vida se empeña en ponerle emoción al día a día, con mi padre enfermo, problemas laborales y un largo etcétera de angustias vitales, de pronto llegó él. Como una pequeña lentejita que, dentro de mí, lo cambió todo. Llegó como esa lluvia suave de primavera, poquito a poco, inundándolo todo, haciendo surgir de la tierra seca nuevos aromas embriagadores, lavando el mundo con colores recién hechos...

De mi embarazo contaré que fué probablemente la época más feliz de mi vida: a pesar del miedo a perderlo en cada susto que tuvimos, a pesar del reposo en el que se desarrolló...Sentirme habitada, escuchar palpitar en mí su corazón, notar cómo crecía y se hacía sentir. Nunca había estado tan en el mundo y a la vez, tan sumida en un estado de etérea paz.


Cuando al fin vió la luz, sentí por un momento que mi vida se llenaba de sentido. Y desde entonces, cada día, doy gracias a la vida por él.



Y el tiempo transcurrió. El pequeño crecía y dentro de mí se agitaba convulso mi otro proyecto vital: la adopción que detuvimos por el embarazo.

Muchas veces me han preguntado porqué teniendo un hijo biológico y quizás la posibilidad de tener otro, habíamos optado por una fórmula tan difícil como la adopción. Es una pregunta difícil de entender con la razón. Sólo tiene una respuesta coherente si se escucha con el corazón: porque deseábamos llegar a esa personita que sabíamos que nos esperaba sin saberlo. Es algo que se siente y ya está.
Nunca quisimos hacer caridad; ser padres nunca puede ser un acto de altruísmo. Es pura y simplemente un acto de amor.
Nunca pensamos que era nuestra obligación social: ser padres nunca puede ser un acto de deber, sino una entrega voluntaria y feliz.

Y de nuevo, después de algunos años, comenzamos el camino de la adopción, sintiendo siempre el tirón que alguien nos mandaba desde el otro extremo del mundo. Luchamos, sufrimos, nos desesperamos, estuvimos a punto de abandonar mil veces, pero era como traicionarnos a nosotros mismos y agarrados firmemente a la esperanza, llegamos a ella. Un tesoro anhelante que esperaba, en el más frío de los inviernos, a que nuestro amor comenzase a deshacer, poco a poco, el hielo que cubría su vida.


He recorrido dos caminos para llegar al mismo destino. Dos caminos totalmente distintos, llenos sin embargo de similitudes. Y en este tiempo he descubierto muchas cosas que nunca imaginé y que nadie me había contado. Y sigo caminando, perdida muchas veces, desorientada y cansada otras. Pero siempre mirando hacia delante, buscando en los ojos de mis hijos, el aliento y la fuerza para continuar.

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