lunes, 14 de marzo de 2011

Sobre la espera





La espera es sin duda, un momento de extrema importancia en la maternidad-paternidad. Es el periodo en el que la mente y el corazón se van preparando para los cambios que acarreará la llegada del hijo.

Hay muchas similitudes entre la espera en un embarazo biológico y uno burocrático. Cuando se firman los documentos para comenzar el proceso de adopción se siente algo muy similar al momento en que confirmas un embarazo. La emoción, la anticipación, incluso el temor...

Desde ese instante, el pequeño que llegará se instala en nuestro pensamiento colocándonos ese filtro que nos convierte en detectores de embarazos o niños adoptados según el caso. El cambio que se avecina se prevé grandioso, con toda la dosis de emoción, anhelo y pánico que en determinados instantes nos vienen a visitar.

Sin embargo, a medida que el tiempo pasa, se van separando las emociones que un embarazo y una adopción llevan aparejadas. En el embarazo, la madre se convierte en un ser sometido a cuidados y vigilancia constantes. A tu alrededor aparecen una serie de personas que se ocuparán de que todo vaya bien. Tendrás toda la información posible, a veces incluso más de la necesaria, acerca de cada cambio que se produzca. Y sobre todo, irás sintiendo poco a poco, como la persona que se instalará en tu vida, se va haciendo cada minuto más real, más tuya.

Cuando asumimos en embazaro burocrático las cosas son bien distintas. La soledad es un sentimiento común: soledad respecto a las personas que llevan tu proceso y que raramente compartirán contigo la información que te permitirá conocer con detalle qué va pasando. Soledad, en muchos momentos, respecto al entorno, poco proclive quizás a la adopción, poco informado, o directamente en contra. Y soledad respecto al niño, porque continuará siendo una idea en tu mente durante un tiempo increiblemente largo. A falta de ecografías en las que imaginar los rasgos, buscarás en las caras de otros niños adoptados en el pais de tu hijo, alguna pista de la carita en la que esperas mirarte el resto de tu vida.

Sin embargo hay lugares especiales en que esta sensación desaparece. Para mí, el mayor apoyo cotidiano en el proceso procedió de los foros de adopción. Desde el mismo entresijo, enredadas en las mismas emociones y viviendo los mismos problemas, desesperos y derrumbes, las mujeres que poblaban esos foros se convirtieron en la voz que todo lo entendía. Los foros fueron una ventana abierta a un mundo en el que todo lo que yo sentía era común, en el que veías como otros sueños hermanos de los tuyos se iban convirtiendo en realidad, aprendías de la experiencia ajena, y un día, te sentías útil tú también a las demás, haciéndote más fuerte en la medida en que más manos se unían a la tuya para seguir adelante. Nunca había participado antes en un foro y llevaré siempre en mi memoria los nombres y las palabras de esas mujeres con las que recorrí el camino más difícil de mi vida como madre.
Ya lo he dicho con anterioridad, pero me repetiré: sé que muchas de ellas han visto su camino interrumpido bruscamente. Y sé que estarán esperando encontar alguna alternativa que las conduzca hasta ese sueño esquivo. Y aunque ahora ya, siento que no sirve de nada lo que pueda decir ni hacer por ellas, llevaré siempre clavadas esas esperas suspendidas, en mi corazón.


Y la espera, ay, la espera. En un embazaro son nueve concretos meses. Quizá alguno menos, con riesgos y sustos si, como a mi, te toca un embarazo de riesgo, pero siempre con un plazo máximo muy claro. Se pasa miedo, si, pero siempre sabiendo por dónde caminas. Y una vez que das a luz, la vida comienza en solitario de nuevo, ahora con tu hijo en los brazos y un millón de dudas rodeándote a cada paso.

Cuando adoptamos, el tiempo tiene la cualidad de un chicle. Se alarga, se alarga, se alarga...Además de lo dicho acerca de la paciencia y la suspensión de la vida normal en espera del viaje definitivo, hay algo que me parece lo más importante de todo.

Los procesos de adopción tienen una asombrosa tendencia a volverse eternos. Pero las personas no lo somos. La vida va cambiando y nos arrastra con ella. A veces, cuando el proceso va culminando, las parejas o las madres no son quienes eran cuando comenzaron. Esto ocurre no solo por el transcurrir del tiempo, los cambios sociales que suceden de forma impredecible, como la crisis, los cambios laborales o incluso de salud, o de pareja. A veces, el sufrimiento que acarrean los vaivenes del proceso, el maltrato con que somos vapuleados producen un desgaste emocional demasiado caro. Depresión, angustia, crisis de pánico, problemas de pareja, problemas familiares... Cuando se sufre una situación estresante durante un periodo sostenido de tiempo, las secuelas encuentran formas muy creativas de presentarse.

Lo malo es que esto lo aprende uno a posteriori. Yo, mientras esperaba nunca pude sustraerme al sufrimiento terrible cada vez que veía que los plazos se alejaban de nuevo. Cada vez que creíamos que ya llegábamos, un nuevo empujón lo alejaba todo un tiempo indefinido más. Nuestro planteamiento familiar variaba, cambiaba la situación laboral, nuestro hijo crecía separándose del rango de edad del que vendría, algunos seres queridos que esperaban no pudieron hacerlo más, hubo enfermedades, sustos...la vida misma en su máxima expresión. Y yo me iba desgastando absorvida por los acontecimientos y padeciendo la espera.

Hay un momento en que hay que detenerse, sin embargo, y hacer una valoración de lo que está ocurriendo. Seguir adelante no debería ser una cuestión de inercia, de responsabilidad, o de economía (con lo que ya hemos gastado...). Lo más terrible de la espera, es que puede acabar con la ilusión. Y creo que hay que pensar muy bien cuando ese momento llega, si se da el caso, si seguir adelante o no.

En mi caso, la adopción llegó justo a tiempo. Cuando aún no habíamos empezado a desinflarnos, aunque sí estábamos cerca de ello. La pregunta que yo siempre me hacía, cuando el cansancio y el hartazgo me podían era: "si ahora lo parásemos todo, dentro de un par de meses, cuando el stres y la angustia se me hubiesen pasado ¿cómo me sentiría? ¿aliviada o triste?" Para mi, la respuesta era triste, triste sin remedio, con una sensación de pérdida demasiado grande.

Pero a veces la respuesta es otra y entonces hay que volver a pensar. Porque la adopción no acabará cuando nos asignen un menor. En ese instante, simplemente acabará al fin, de empezar. Y nos harán falta todas nuestras energías, nuestra ilusión y sobre todo, todo nuestro amor para empezar a andar ese camino.

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