miércoles, 6 de abril de 2011

Abrazos que duelen




A veces, escucho a los padres decir asombrados: ¿qué ha pasado con aquel niño que se portaba tan bien en el orfanato? Parece que nos lo han cambiado.
En realidad, no han cambiado al niño, hemos cambiado todo lo que le rodeaba. Y ¿quien no ha oído alguna vez lo de "yo soy yo y mis circunstancias"? Un niño que ha perdido todos sus referentes vitales, no estará en su mejor momento en cuanto al control de sus emociones.
Pero además, entran en juego otras cosas.

Uno de los momentos más complicado cuando el niño sale del orfanato, es el del viaje de vuelta a España. Largas horas de vuelo, atrapados en unos asientos alucinantemente estrechos, sin nada qué hacer, ni a dónde ir. Una prueba de fuego que pone de manifiesto las primeras carencias, los primeros baches en la adaptación familiar. Quizá el primer desafío para los nuevos padres.

"Cuando nos lo entregaron, enseguida nos echó los brazos. Se le veía muy cansado, seguramente por el largo viaje en coche que había tenido que hacer hasta llegar a nosotros. Nos reconoció de los otros viajes y todo fue muy fácil. En el hotel, comía y dormía sin demasiados problemas. Todo iba de maravilla. Pero cuando montamos en el primer avión las cosas comenzaron a complicarse. Al principio todo iba bien. El peque, sociable y sonriente, disfrutaba del hecho de ser el centro de atención de pasajeros y azafatas. Pero al ir pasando las horas, el cansacio apareció. Sin embargo, sentarse sobre nosotros no le relajaba. Al revés, cada vez que sentía que iba a dormirse sobre mí o mi marido, en el preciso instante en que su espaldita tocaba mi cuerpo, un alarido increiblemente potente surgía de él. Se ponía rígido y miraba despavorido alrededor tratando de alejarse.
Era todo un espectáculo. Nosotros, desconcertados, tratábamos de mecerle, de acunarle, de cantarle o arrullarle, pensando de la manera tradicional: esto es sueño; tiene un berrinche de puro cansacio. Pero el paso de las horas nos demostró que no se trataba de eso. Pensamos en algún malestar o dolor. Le dimos Dalsy. Pero no funcionó. Lo que le dolía no se pasaba con analgésicos.
Ante la situación, las azafatas se empeñaban a ayudar, creando aún más tensión a nuestro alrededor. Las miradas fastidiadas de los pasajeros agotados tampoco eran de gran ayuda.

Pasó el primer vuelo. En el hotel, el pequeño entró en un estado de trance que duró toda la noche. Pero al día siguiente, en el segundo vuelo, la pesadilla se repitió en la misma forma e intensidad.

Han sido los viajes más horrorosos de mi vida. Nada que ver con la imagen idealizada que yo tenía de la vuelta a casa, con mi hijo en los brazos, abrazándole feliz."


Esta historia es muy común. Incluso, según algunos expertos en adopción, tiene un nombre: se llama síndrome de hipervigilancia. Los niños sometidos a cambios tan violentos y drásticos ven sacudida su vida de tal manera que ya no están seguros de cuál será el siguiente cambio que se producirá. Dormir, puede significar perder lo que ahora están disfrutando; despertar en otro lugar, con otras personas desconocidas...al fin y al cabo, eso ya les ha ocurrido antes.
En realidad, este es un síndrome que va asociado a trastornos más graves, que puede ser una respuesta a otras situaciones en la vida, pero en el caso de los niños adoptados se puede dar de forma transitoria, como respuesta al temor que sienten ante tantos estímulos nuevos.

Saber que esto puede ocurrir, puede hacerlo más llevadero. Si se tiene la estrategia adecuada para turnarse en la pareja, por ejemplo, durante las horas del vuelo, consultar previamente a un pediatra que podría recomendar alguna solución medicamentosa para los casos más intensos...Y sobre todo, si se sabe que es algo pasajero las cosas pueden resultar algo más sencillas. Aunque hay momentos en la maternidad que la única estrategia es... aguantar el tirón.

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