miércoles, 5 de octubre de 2011

Educar en pareja

Cuando llegan los hijos a una pareja todo el mundo la felicita. Los niños, dicen, llegan "con un pan bajo el brazo". Es decir, que traen prosperidad y buenos tiempos a la casa. Los niños son la alegría, la vida, la ilusión...Pero entonces ¿porqué en tantas ocasiones son el detonante de los fracasos de pareja?.

"Luisa y Carlos emprendieron la adopción como un emocionante reto de pareja. Un nuevo paso en su vida en común que transformaría su pareja en una familia. Juntos pasaron las numerosas pruebas a que les sometió la administración. Y más tarde, las que la adopción internacional trajo añadidas. Juntos sufrieron los desvelos, y lal ilusión, los vaivenes y la impaciencia que el proceso lleva consigo. Se sostuvieron y se alentaron el uno al otro en los malos momentos...y finalmente llegaron a él. Un bebé de nueve meses, sano y sociable. El sueño de su vida. Una personita que llegaba, como decían todos a su alrededor, a completar su vida.

Sin embargo, cuatro meses después de la llegada del bebé, todo se desmoronó. La ilusión dejó paso a la decepción. La sintonía con la que latían se transformó en dos melodías disonantes, que no componían ya ninguna melodía. Cada uno vivió la llegada del pequeño de una forma diferente. Poco más tarde, de la pareja sólo quedaba unos papeles que dividían por la mitad aquella que fue una vida compartida. Y un hijo en común que, paradójicamente, les mantendría vinculados el resto de su vida. "

Este no es un caso excepcional. Todos conocemos situaciones similares, más o menos dramáticas, más o menos sorprendentes, pero todas igualmente dolorosas.

La realidad es que la llegada de los hijos a la pareja supone una serie de cambios vitales de suma importancia. Dejando aparte los más evidentes, relacionados con el cambio de rutinas, el abandono de la libertad social, la modificación del ocio e incluso de las relaciones personales y tantas otras cosas, la paternidad se revela como el reto más importante al que una pareja se puede someter en su desarrollo.

En la educación y el cuidado de los hijos se ponen en juego muchas de las facetas personales más complicadas. La paciencia, la capacidad de entrega, la capacidad de sacrificio, la necesidad de empezar a cada momento una página en blanco...y muchas otras. Muchas veces, la ausencia de estas características personales pasa desapercibida incluso para los propios interesados. Pero la maternidad o la paternidad, las ponen de relevancia con mucha facilidad.

Cuando dos adultos deciden compartir la vida, están dispuestos a sobrellevar las características poco deseadas que a veces se descubren en la otra persona. O al revés, asumen las incapacidades que algunos aspectos tendrá nuestra pareja. Es algo humano, es un tributo natural que se concede a la vida en pareja. Es, lo que todos reconocemos con aceptación del otro y que se mueve, por supuesto, en un marco de normalidad. No hablamos de grandes carencias que harían la convivencia imposible. Un adulto puede convivir con otro aparentemente incompatible, consiguiendo una forma de coexistir armoniosa si no existen grandes retos en los que la cooperación profunda y fluida sea imprescindible: o sea, cuando de educar a los hijos se trata.

En ese momento entrarán en juego las capacidades personales de cada progenitor de forma independiente y las habilidades que como pareja hayan adquirido los dos juntos.

En el caso de la maternidad-paternidad biológica, el recién nacido llega a la casa con un puñado de necesidades bastante claras y precisas: alimentación, higiene y afecto. Parece sencillo a priori. Pero sin embargo, en la realidad las cosas suelen ser algo más complicadas. Si es el primero, al menos no habrá que atender además al resto de los hijos, pero tampoco se dispondrá del bagaje de la experiencia. En cualquier caso, durante los primeros meses, la necesidad constante de atención, las tomas nocturnas, los frecuentes cólicos del lactante, la dentición y otros muchos aspectos de la crianza pasan factura. Y la vida de pareja pasa, por decirlo así, a otro nivel. A veces, uno muy parecido a la hibernación emocional.

Este momento requiere de un esfuerzo de paciencia y optimismo por parte de la pareja para convertirlo en una anécdota que pasará a la memoria de una vida compartida. Cuando los nevios de la nueva situación, el cansancio de los exigentes horarios del principio, y las tensiones de la nueva configuración familiar dan paso a la rutina, la vida comenzará a fluir por nuevos cauces.

Es ahí cuando la pareja debe encontrar otros momentos de encuentro distintos a los que tenían, otras formas de ocio, otras maneras de ser dos, en el conjunto de tres.

En la maternidad-paternidad adoptiva concurren además otro tipo de factores que lo hacen, si cabe, aún más complicado. Cuando la adopción se culmina, en muchas ocasiones, los padres y madres se encuentran en un estado emocional de desgaste. Además de la larga espera y los vaivenes que ello conlleva, en adopción hay que afrontar largos y a veces, atemorizantes viajes que ponen a prueba los recursos personales de los padres y madres. Los nervios de los participantes no suelen estar en su mejor momento cuando el hijo soñado llega por fin.

Al volver a casa, la realidad se impone. Ahora, no tendremos que abordar la necesidades logísticas que un recién nacido trae consigo. Sin embargo, tendremos que tratar de descifrar y atender las que una persona con entidad propia y definida nos presentará, a veces, de forma inesperada. Hay que reconocer en el desconocido que llega, a nuestro hijo, el que lo será para siempre. Hay que conciliar el sueño con lo real. Todo un desarrollo que hay que vivir individualmente como padre y como madre. Pero que además, hay que vivir también en pareja, como progenitores y responsables de ese hijo desconocido.

Aquí pueden aparecer emociones de todo tipo. Se habla de la depresión post-adopción, igual que se habla de la depresión post-parto. En ambas situaciones, hay una dificultad para conciliar lo que tenemos con lo que deseábamos. Se produce una ruptura entre lo que imaginábamos que tendríamos al conseguir nuestro objetivo de ser madres, y lo que finalmente tenemos. No cabe duda de que, en el caso de la maternidad biológica, hay una serie de cambios hormonales que colaboran de forma importante a los vaivenes emocionales de la madre. Pero en ambos casos, la tensión, la fatiga mental y el estrés pueden ser igualmente responsables de esta situación.

Sin embargo, al contrario que en la biológica, la depresión post-adopción puede afectar a los dos progenitores. Es decir, la sensación de desmotivación, de desilusión, de decepción o de desolación puede invadir a cualquiera de los dos padres.

Este puede ser el primer escollo que, como padres, tenga que enfrentar la pareja adoptante.

Y aquí aparecerán de forma reveladora, los elementos de sustentación que la pareja haya creado hasta ese momento: el diálogo, la comprensión, la empatía, la capacidad de perdonar, la aceptación de los límites del otro y sobre todo, el amor. Todos estos, son los ladrillos con los que se cimenta el edificio familiar. Unos cimientos sobre los que debe apoyarse la vida en común de todos los miembros de la familia.

He mencionado de forma somera, el tema de una posible depresión post, simplemente para ilustrar cómo la paternidad puede partir de un difícil momento. Pero en realidad, durante toda la vida, ser madre o padre, nos enfrentará a la necesidad de construir juntos, en pareja. Cada fase de la infancia nos hará redefinir nuestras estrategias, nos obligará a buscar nuevos caminos, nos impulsará a tender nuevos puentes. Y no siempre será fácil.

Antes de tener hijos, es bastante normal, considerarse un padre capacitado y tranquilo. DEspués de tener hijos, es bastante común, descubrirse a veces, hablando igual que lo hicieron nuestras madres o abuelas. ¡Horror! Quién nos iba a decir que acabaríamos con un "porque yo lo digo", en la boca, por ejemplo. Y si ya nos cuesta conciliar nuestra imagen a priori de nosotras mismas como madres, con la que la realidad nos devuelve, más difícil puede ser, enfrentar la que esperábamos de nuestras parejas, con la que realmente tenemos en ocasiones.

En toda familia hay colinas y llanos. Y cuando nos toca subir una colina hay que tratar siempre de recordar que, detrás de nosotras, hay otras personas que suben también la misma cuesta y a las que, seguramente también les está suponiendo un esfuerzo.

La diferencia de criterio y de forma educativa es uno de los grandes problemas que pueden surgir en la pareja. Como ya he mencionado, estas divergencias en la forma de afrontar la paternidad no quedan de manifiesto hasta el momento de la verdad. Ante la teoría, es común que los padres y madres crean y manifiesten estar a favor de una forma educativa democrática, dialogante y paciente. Sin embargo, en la práctica esta postura puede resultar no ser la que se lleva a cabo. O justamente al contrario.

Si uno de los miembros de la pareja se siente defraudado ante el cambio del otro, surgirán los problemas. También puede ocurrir que uno de los padres sienta que la forma educativa del otro interfiere con la suya propia, o que, directamente, no es la correcta.

Ante estas situaciones la pareja tiene que hacer un esfuerzo para reiniciar la relación, igual que se reinicia un ordenador. Hay que dejar atrás las ideas preconcebidas y analizar tranquilamente la nueva situación. Un reto en el que hay que evitar reproches, acusaciones o maniqueismos que no llevarán más que a enquistar los problemas.

Lo importante no es compartir exactamente la forma de educar, sino mantener unos criterios básicos comunes: límites respecto a los niños, normas generales a transmitir, premios y consecuencias que ambos miembros tienen que consencuar y llevar a cabo.

El estilo educativo, en cambio, será el que la personalidad de cada uno determine. Pero tanto si la fórmula es más autoritaria, más democrática o alguna otra, lo fundamental es la coherencia.

Aquí aparecen también los límites personales que cada uno debería poner sobre la mesa: una madre suave y cariñosa, no soportará un estilo demasiado riguroso o exigente. Y quizá un padre controlador, no pueda sobrellevar un trato demasiado laxo con sus hijos. Encontrar un punto intermedio en el que el respeto a los niños y a sus necesidades afectivas sea lo más importante es imprescindible.

Al final, solo hay un indicador de que las cosas funcionan: unos niños felices y una familia que disfruta junta. Cuando ese termómetro está lleno, es que las cosas se están haciendo, indiscutiblemente bien.

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